EL NACIONAL - DOMINGO 14 DE OCTUBRE DE 2001

Siete Días

Un “sueño americano” frustrado por el terrorismo

¿Quiénes eran y qué hacían los venezolanos que perdieron la vida en Nueva York?

Howard Boulton, Jenny Low Wong, Natalie La Cruz y Eduardo y Anabel Hernández integran la lista de venezolanos que, oficialmente, perdieron la vida en el atentado terrorista perpetrado en Nueva York. No se conocían, pero sin excepción, todos llegaron al World Trade Center en búsqueda de mayores oportunidades y éxito profesional. Así transcurrían sus vidas, cuando un avión tripulado por kamikazes truncó sus esperanzas

KARENINA VELANDIA

Foto AP
Pesadilla. Nunca se sabrá con exactiud quiénes ni cuántos quedaron bajo los escombros

Low Wong. Pasión por lo nuevo
Boulton. Lo tenía todo para el éxito

Así como cuatro ciudadanos afganos perdieron la vida cuando un misil crucero erró su dirección e impactó sobre la zona civil en la que se localizaban las instalaciones de la ONU, cinco venezolanos murieron como consecuencia de los ataques terroristas al World Trade Center (WTC). En latitudes tan disímiles como Kabul o Nueva York, todos fueron víctimas inocentes de un conflicto político, por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Aunque Howard Boulton (hijo), Jenny Low Wong, Eduardo Hernández, Anabel de Hernández y Natalie La Cruz salieron de Venezuela en momentos muy distintos, todos llegaron a Nueva York persiguiendo el mismo objetivo: encontrar mejores oportunidades. Fue precisamente por esa razón que Howard Boulton decidió radicarse en el centro del mundo financiero occidental. “Su intención era construir su propia carrera y por eso estaba allá. Quiso surgir solo, independientemente de los negocios de su familia. Hace un par de años, almorzando en Nueva York, me dijo que quería ser exitoso y echarle pichón. Efectivamente, era lo que estaba haciendo”, refiere Pablo Pulido, un amigo de la infancia. Después de graduarse en la Universidad de Pensilvania, llegó a Nueva York en 1996 para trabajar en Eurobrokers International, una sociedad de corretaje europea. “A los 22 años obtuvo su título en Liberal Arts, se especializó en finanzas y realizó un par de trabajos pequeños en distintas compañías antes de ser ascendido a la categoría senior en Eurobrokers”, comenta su primo, Alberto Boulton. Su especialización eran las operaciones de renta fija –bonos, letras del tesoro y papeles comerciales–, y como se dedicaba a los mercados asiáticos, su horario se adecuaba al de las bolsas orientales: diariamente llegaba a su oficina, en el piso 84 de la torre Sur del WTC, entre las seis y las seis y media de la mañana.

María Teresa Boulton, su tía, corrobora una opinión generalizada entre quienes conocieron a Howard como un prominente corredor de bolsa y un profesional destacado. “Siguiendo los intereses de los hombres de la familia, se dedicó a las finanzas. Tenía un buen puesto, era un joven exitoso y estaba muy contento en su trabajo”.


Recuerdos felices

Unánimemente, las asociaciones que evoca el recuerdo de Howard Boulton son agradables para quienes lo conocieron. Cuando sus amigos intentan esbozar su personalidad, todos coinciden en identificarlo por su simpatía. “Siempre estaba echando broma y de buen humor. Nos manteníamos en contacto vía e-mail, solía mandar muy buenos chistes”, asegura Leopoldo López, alcalde de Chacao.

La amistad entre López y Boulton surgió cuando ambos tenían 10 años y practicaban juntos en las clases de karate en el colegio San Ignacio. “Su estrategia era aplicar la maguashi geri, una patada lateral en la pierna. Era un fastidio, porque siempre te pegaba ahí. Siempre fue muy activo. Era una persona aventurera que constantemente estaba en búsqueda de adrenalina, tenía mucha energía y la expectativa de superarse a diario”. Pablo Pulido conoció a Howard en el colegio Campo Alegre, y también coincide en evocarlo como una persona divertida, graciosa y que se reía constantemente. “Desde siempre lo recuerdo como buena gente. Jugando en el colegio, tuvimos una ‘guerra de piedras’, yo le pegué con una y salió con la cabeza rota. Pero él no era de los que te culpaban. La cosa quedó así y seguimos siendo compinches; tanto, que en tercer grado nos separaron de salón”. Recientemente, y a punto de cumplir 29 años –lo que debía ocurrir el próximo 6 de noviembre–, Howard adquirió un apartamento en Nueva York. Tres años antes se había casado en Venezuela con una joven islandesa, Vigdis Ragnarsson, con quien tenía un bebé de ocho meses. “Te puedo asegurar que estaba inmensamente feliz con su chamo”, recuerda Alberto Boulton. “Era una estrellita, de verdad que era una maravilla, tenía un charm increíble, y era tan fácil de tratar que de mis primos era con quien más hablaba”.

En la iglesia de Saint Patrick se celebró una misa en la que, según relata Diego Arria, la gente no cabía. “Era un muchacho encantador, un profesional destacado, simpático y buenmozo. Comenzaba a formar una familia. Tenía todas las condiciones para ser exitoso”. Volviendo sobre sus recuerdos, y a raíz de este incidente, Alberto Boulton advierte un hecho que surge en medio de la historia familiar como una sentencia lapidaria. “A cada uno de los hermanos Boulton –John, Henry y Howard– se les mató un hijo de forma trágica en Estados Unidos. Y como si fuera un ciclo, entre cada uno de los tres accidentes mortales media un lapso de 18 años”.

El incierto mañana

En el piso 100 de la torre Norte del WTC –la primera en recibir el impacto de los aviones–, y en una de las oficinas de Marsh & McLennan, compañía de riesgos y seguros, trabajaba Jenny Low Wong como analista de mercados latinoamericanos. Aunque su nombre no delate su gentilicio, nació en Caracas hace 25 años. Convencidos de que Estados Unidos ofrecería a Jenny mejores oportunidades para desarrollarse, sus padres decidieron enviarla a Nueva York a los 12 años, tal como ocurrió también con sus hermanos. Así que después de finalizar sus estudios de primaria en el colegio Madre Matilde, Jenny partió rumbo a casa de sus tías en Queens. “Tuvieron razón, porque a Jenny le fue muy bien: estudió en una buena universidad –New York University–, obtuvo un buen empleo, y recientemente la habían promovido al cargo de asistente al vicepresidente en su compañía”, asegura su hermana Mary, quien se encuentra radicada en Nueva York.

Todo un logro, porque de acuerdo con el esquema que opera en Marsh & McLennan, tales oportunidades no se presentan con frecuencia. El mismo jefe de Jenny le explicó a Mary que las posibilidades de obtener un ascenso eran pocas: se necesitaba mucha experiencia, y al menos debían transcurrir tres años para que así ocurriera. “Mi hermana, sin embargo, lo consiguió rápidamente. Acaba de cumplir tres años en la compañía. Sus compañeros de trabajo me aseguraron que era muy buena en lo que hacía. Revisaba su trabajo una y otra vez para comprobar que todo estuviera bien hecho”. Una cualidad que podría encontrar sus raíces en los recuerdos infantiles de una de sus mejores amigas en el colegio Madre Matilde. “Era muy buena estudiante, inteligente y trabajadora. Siempre fue de las primeras en el salón. Era muy aplicada, en especial en matemáticas, una de sus materias favoritas. Creo que fue por eso que se dedicó a la economía y las finanzas”, asegura Alejandra Alamo. Con regularidad, Jenny regresaba a Caracas, y cada vez que lo hacía se reunía con sus amigas en el cine o en algún café, de la misma manera que solía hacerlo en Nueva York. Quienes la conocieron aseguran que era una persona muy tranquila. “La mayor travesura que pudimos realizar siendo pequeñas era echar broma entre nosotras hablando en chino. Ella nos enseñaba algunas palabras y así nos burlábamos de los profesores”, recuerda Alejandra. Ese rasgo de su personalidad, sin embargo, no se encontraba disociado del gusto que, de acuerdo con su hermana, sentía por probar cosas nuevas. “En alguna ocasión empezó a practicar skydiving. Le encantaba conocer nuevos restaurantes y probar diferentes vinos”, confiesa Mary. Intercambiaba libros con sus amigas, y así como hablaba inglés, español y chino (cantonés) cocinaba platos en cualquiera de los tres estilos. Con frecuencia viajaba, le gustaba recorrer cualquier rincón de Estados Unidos. “Cada vez que tenía algún día libre, lo aprovechaba para conocer un lugar nuevo. Y desde allí nos mandaba postales, a veces eran fechadas en Nuevo México, otras en California”, comenta una amiga de la niñez. Para Mary resulta muy injusto que su hermana, siendo lo que era, ya no viva en este mundo. Con la distancia, la memoria y los recuerdos reaparecen con fuerza. “Jenny solía decir que uno tiene que disfrutar de la vida, porque nunca se sabe lo que puede pasar mañana. Hoy creo que eso es verdad. Hoy creo que eso fue lo que ella hizo con su vida”.


Incógnitas no despejadas

Eduardo Hernández fue otra de las personas reportadas como desaparecidas luego del fatídico acto terrorista del 11 de septiembre. De acuerdo con la información suministrada por Pedro Conde Regardiz, cónsul de Venezuela en Nueva York, su hermano Carlos Hernández fue quien le comunicó el hecho. “Me dijo que Eduardo había llegado con su esposa, Anabel, hacia tres años y que ambos –de 40 años de edad– trabajaban en el Chase Manhattan Bank”.

Pero en la sede de la institución bancaria en Venezuela desmienten esta versión. Aseguran que esta especie se difundió, pero es incorrecta. Según Conde Regardiz, Carlos Hernández tenía previsto regresar a la sede del consulado para proporcionar los datos que solicitaban las autoridades locales. Pero nunca lo hizo y en los números que dejó para ser contactado, jamás respondieron el teléfono.

En medio de tal incertidumbre, circuló el rumor de que quien había muerto era el hijo de Valentín Hernández Acosta, el fallecido ex ministro de Energía y Minas que organizó la nacionalización del petróleo. Finalmente se comprobó que se trataba de una confusión, que el propio Valentín Eduardo Hernández se encargó de desmentir. “Estoy sorprendido. Yo estoy bien, y gracias a Dios, mi familia también lo está. Que yo sepa, entre Eduardo Hernández y yo no existe ningún parentesco”, aseguró vía telefónica, desde sus oficinas en el 111 de Wall Street. Quizás el revuelo se generó por la coincidencia de los nombres. Incluso, en la misa celebrada en Nueva York en memoria de Howard Boulton, Pablo Pulido padre escuchó la versión errada.

Hace apenas dos semanas, un nuevo nombre fue anexado a la infortunada lista. A las nueve en punto de aquella mañana de septiembre, Natalie La Cruz tenía una cita en el piso 106 de la torre Norte del WTC. Una entrevista de trabajo la esperaba en el restaurante Windows of the World. Natalie solo tenía un mes en Nueva York, a donde había logrado llegar después de una larga jornada que la llevó a atravesar la frontera mexicana. Los datos que existen al respecto, sin embargo, son muy pocos. Su hermano se comprometió a aportar más información, pero tampoco fue al consulado. Quienes residen en la ciudad, se muestran convencidos de que hay muchas más historias de las que oficialmente se conocen. Mariela Reyes, sobreviviente de los ataques terroristas al WTC, recuerda que justo un día antes visitó una peluquería que quedaba frente a las torres, cerca de Liberty Square. Allí encontró a dos venezolanas que apenas tenían un par de semanas en la ciudad. “Estaban ilegales y no hablaban inglés, una de ellas era abogada”. Será difícil determinar con exactitud cuántos venezolanos perdieron la vida en el atentado terrorista que acabó con la vida de 6.000 personas en el WTC. La única certeza es que, sin quererlo, todos fueron víctimas inocentes.




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